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El capitán Scott, a quien se le atribuye el descubrimiento de la Antártica, hablaba del mismo fenómeno que en 1619 el astrónomo italiano Galileo Galilei había bautizado con el nombre de Aurora (que en latín significa amanecer).
El brillo de las auroras boreales jamás ha pasado desapercibido: pueblos originarios como los Inuit se referian a ellas como entidades habitadas por el espíritu de los animales que habían cazado; algunos otros temían que se tratara de linternas que iluminaban el tránsito de demonios que andaban buscando almas perdidas.
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Su aparición, sin embargo, tiene una explicación muy precisa: se trata de un fenómeno que ocurre cuando las partículas solares, lanzadas por explosiones del Sol, son atraídas por el campo magnético de la Tierra hacia los polos. Ahí, chocan con los gases de la atmósfera, emitiendo partículas de luz. Esta teoría aparece ante nuestros ojos como brillantes capas de luz verde, roja, blanca, morada y azul; nubes que parecen danzar en la oscuridad de la noche, en la negrura de un escenario que también parecería estar hecho específicamente para ellas.
Hoy en día, no hace falta ser un explorador p...